Feliz Día Internacional del Teatro

Hoy celebro el Día Internacional del Teatro con el corazón lleno de gratitud y memoria. Hace más de cinco décadas pisé un escenario por primera vez, sin saber que aquel acto —tan simple como decir una línea bajo la luz— marcaría el rumbo de mi vida. Desde entonces, el teatro ha sido mi hogar, mi escuela, mi refugio, y también mi forma de resistencia y sustento. Me ha enseñado a escuchar, a observar, a ponerme en los zapatos del otro, a vivir mil vidas en una sola. Me lo ha dado todo.

He tenido el privilegio de trabajar con los más grandes directores de mi país, de compartir escena con colegas que hoy llamo hermanos y hermanas del alma. He vivido el teatro desde todas sus trincheras: el escenario, la dirección, la producción, la docencia, la radio, el cine, la televisión, el doblaje. He formado y acompañado a generaciones de artistas, muchos de los cuales siguen sembrando arte con pasión y compromiso. Hoy, ver a mi hija abrazar este legado con alma propia, aportando desde la gestión y la creación, es una esperanza renovada y un motivo de profundo orgullo.

En 1996 fundamos la Fundación Pro Arte Dramático, y poco después, Teatro Las Máscaras, con la firme convicción de que el teatro debía tener un espacio digno, independiente, y comprometido con la calidad artística y la transformación social. Lo hicimos desde la fe en la cultura como herramienta de cambio, como espejo y conciencia de un pueblo. Hoy me conmueve profundamente ver cómo ese sueño compartido, sembrado junto a mi mejor amiga y compañera de vida teatral, Germana Quintana, ha sido reconocido con el más alto honor del arte dominicano: el Premio Soberano. Su entrega incansable es, sin duda, un faro para todas las generaciones.

El teatro ha sido, es y será un acto de amor colectivo. En un mundo que a veces parece perder la capacidad de empatizar, el teatro nos recuerda que somos cuerpos presentes, voces vivas, almas en búsqueda. Nos recuerda que no estamos solos, que nuestras historias merecen ser contadas, y que hay belleza incluso en la vulnerabilidad. Este arte efímero, que desaparece en cuanto baja el telón, deja sin embargo una huella eterna en quienes lo hacen y lo reciben.

Hoy honro a quienes han hecho del teatro su vida, y también a quienes lo han sostenido desde la butaca, la técnica, la crítica, la enseñanza. En especial, a Germana, mi compañera de sueños y de lucha, con quien sembré esta historia que aún sigue creciendo. Que este Día Internacional del Teatro nos inspire a seguir creando, resistiendo, soñando. Porque mientras haya una voz que contar, y un corazón dispuesto a escuchar, el teatro vivirá.

Lidia Ariza